Pablo Gianera afirmó: “Feliz el que espera. Y duerme”, algo que
está ausente del conversatorio político, donde el tema central, casi siempre,
es lo que ocurrió, la historia, la nostalgia de lo bueno o el “nunca más” de lo
malo que ya se hizo, y se lo trata de unir con las necesidades presentes, para
proponer reproducirlo o no realizarlo. Poco y nada se discute sobre la
propuesta y los sueños a realizar y de los caminos para alcanzarlos. La
negativa a hablar del futuro nos trae incertidumbre, nos angustia y decepciona.
Para consuelo del tonto, una de las
similitudes que encontré en los discursos de los políticos de la reciente
elecciones de Brasil con los de nuestros políticos, es que en ellos hay más
pasión que definiciones, y más agravios que propuestas de futuro, como se vio
en el último debate por la televisión entre Jair Bolsonaro y José Ignacio Lula
da Silva. Se habló más, o exclusivamente, del pasado; de lo que se hizo o se
dejó de hacer, de lo que habría que reiterar, mejorar o no repetir; qué errores
reconocer y tratar de no volver a cometer; o que agravios o mentiras
enrostrarle al rival; y que aciertos olvidar o negar reconocerle al contrario. En Brasil ello se explica porque se trataba de
una elección que resultó casi empatada, dentro de un país estable, sin
inflación, y donde no se vaticinaban cambios en las políticas económicas, ni en
las relaciones internacionales después de los comicios. Ello se explica porque
el ganador era poco lo que podía prometer de reformar o innovar porque todo
tendría que negociarlo. Pero en nuestro país donde la incertidumbre, la
inestabilidad, la corrupción y el desorden están generalizados lo que más
deseamos todos es saber a dónde vamos y cómo llegar a destino, y ello nos parece
oportuno recordarlo en vísperas de un año electoral, donde puede haber un
cambio gobierno. No alcanza con prometer repetir los éxitos o no reiterar los
fracasos, porque lo que queremos saber es hacia dónde vamos.
Cumplir con los dispone nuestra Constitución
es algo que parece haberse olvidado, como dictar la postergada ley de
coparticipación federal; el cubrir las vacantes de un juez de la Corte Suprema
de la Nación, del Procurador General de la Nación, del treinta por ciento de
las magistraturas que tiene la Justicia Federal y la del Defensor del Pueblo, postergada
desde hace doce años. También debe traspasarse la Justicia Nacional a la ciudad
de Buenos Aires a la CABA y que financiamos todos los argentinos. Crear la
Policía Judicial y la que se ocupe del narcotráfico a nivel federal, como ya
existe en Córdoba. Hay que convocar a un tercer Congreso Pedagógico Nacional
para poner al día nuestro sistema educativo. Hay que dictar una ley federal de
salud, para ordenar un sistema que es caótico. Debemos cambiar nuestro sistema
electoral por el del voto electrónico, como tiene Brasil. Hay también obras públicas
demoradas como el Gasoducto de Vaca Muerta o la construcción de la ruta
nacional que uniría Brasil con Chile, pasando por Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba
y San Juan.
Si los discursos políticos en vez de
hablar del pasado y de agudizar las grietas del presente, se dedicaran a
proponer objetivos y hacer planes con propuestas concretas, como las antes señaladas,
nos ayudarían a reconstruir la fe y la esperanza de los argentinos,
especialmente de los jóvenes, que sueñan con irse del país.
Como anhela Gianera, esta reflexión “bien podría definirse como una nostalgia del
futuro.”