El vicepresidente demócrata Albert Gore y Texas George Walker Bush, gobernador republicano de Texas, además de disputarse la presidencia de los Estados Unidos, la mayoría en el Congreso y la influencia en la Corte Suprema -donde el ganador tendrá la iniciativa para cubrir próximas vacantes- lo hicieron por el centro político de una sociedad partida por la mitad, como mostró la campaña y el resultado electoral.

LOS DOS BLOQUES

Los demócratas acortaron las diferencias que los repúblicanos tenían a su favor en el Senado y en la Cámara de Representantes, con lo que el empate también se da en el Congreso, y obligará al ganador a designar a un centrista, cuando falte alguno de los 9 miembros de la Corte, donde los conservadores apenas prevalesen sobre los liberales.

A Gore lo votó el 42 por ciento de los varones y a Bush el 53, mientras las mujeres lo hicieron 54, por el primero, y 43, por el segundo. La mayor parte del 4 por ciento de gay, lesbianas y bisexuales se inclinaron por Gore, 70 a 25.A este lo apoyó el 42 por ciento de blancos, 90 de negros, 62 de hispanos (aunque la mayoría de los cubanos votaron a Bush) y 55 de asiáticos; mientras el 54, 8, 35 y 41 por ciento, respectivamente, votó a Bush. 

Los mayores de 60 años votaron 51 por ciento por Gore y 47 por Bush y los menores de 29, 48 a 46, y el sector medio se repartió 48 a 49. La mayoría de los más y los menos educados y los nuevos votantes -jovenes e inmigrantes- prefirieron a Gore. El 42 por ciento de los protestantes, 80 de judíos y el 50 de católicos votó a Gore -aunque los asistentes a servicios religiosos más lo hicieron por Bush- y los que no tienen religión favorecieron al vicepresidente 2 a 1. Los que usan internet votaron 48 a 47 a f avor de Bush y los que quieren legalizar el aborto en todos los casos el 70 por Gore y el 25 por Bush.

El 86 por ciento de los demócratas votó a Gore y el 11 a Bush, mientras que los republicaron votaron 91 por este y 8 a aquel. Los independientes se repartieron 45 a 47.

GORE VERSUS CLINTON

Bill Clinton que le dio a su Vicepresidente un gran protagonismo en su gobierno -el más exitoso económicamente del siglo- fue inexplicablemente marginado de la campaña por este, salvo en los últimos días cuando parecía inminente su derrota, oportunidad en que el presidente salió a pedir el voto de los demócratas. Gore, un estadista, erró, también, al mostrarse serio y, por momentos, malhumorado, frente a un electorado que vive un buen momento, y al enfatizar exageradamente sus logros, con lo que mostró inseguridad.

Bush, menos preparado para ser presidente, en cambio siempre estuvo tranquilo y flexible, con un libreto bien aprendido, confeccionado en base propuestas críticas de las políticas del actual gobierno y no de alternativas originales, y eludió confrontar en temas que Gore tenía mayor conocimiento. 

Gore en vez de comparar los grandes logros de su gobierno frente al anterior del padre de su rival, exaltó las diferencias de su programa con el gobierno de Clinton -donde fue muy influyente-, a quién mantuvo siempre alejado de la campaña, salvo en un funeral. Este se limitó durante la misma y hasta la última semana a recaudar fondos y respaldar a su esposa Hilary en su campaña para llegar al Senado por el estado de Nueva York.

El sindicalismo, reapareció en la vida política, y su militancia fue la columna vertebral de la campaña de Gore.

La división social que subyase detrás del empate, en una sociedad más preocupada por saber que hacer con el superavit de sus recursos fiscales que el hacerse cargo del liderazgo mundial que de hecho le cabe, entra en una etapa de negociación o de confrontación de cuyos resultados, nos guste o no, tendremos que hacernos cargo todos.

Washington, noviembre de 2000.