Los cristianos estamos llamados a ser la sal de la tierra y por ello estamos comprometidos con el destino temporal del hombre y de los hombres. Esto implica que desde nuestras debilidades estamos obligados a trabajar por nuestro destino temporal y el de los demás, sin que ello nos releve de nuestros deberes con Dios o con nuestra dimensión trascendente. Para cumplir con el: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mc 12,17) nos es ineludible el compromiso social y político.  

EL EJEMPLO DEL PUEBLO JUDÍO

El pueblo de Israel, en la fase inicial de su historia, no tenía rey, como los otros pueblos, porque reconocía solamente el señorío de Yavhéh, Dios interviene en la historia a través de hombres carismáticos como Samuel –juez y profeta-, según cuenta la Biblia, que se hacía eco del pedido del pueblo de que se le designe un rey, advirtiéndoles del ejercicio despótico de la realeza, aunque el poder real pueda, también, ser un don de Dios. Así es como, previa consulta a todas las tribus y clanes, Samuel unge a Saúl como el primer rey. Pero el rey elegido por Yahvéh y por Él consagrado será visto como su hijo y deberá mostrar su señorío debiendo a los débiles y haciendo justicia. Los profetas señalarán los extravío de los reyes. El rey modelo será David por su humildad, como narra la Biblia, y a pesar de sus infidelidades, y la de sus sucesores, iniciará una tradición “mesiánica”, que culminará con Jesucristo. 

EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA 

Desde siempre los catolicos discutieron el papel que juega para la salvación –anhelo fundamental del creyente- las “obras y la gracia divina”. Esta controversia fue muy importante con la reforma protestante y los católicos le dieron mayor valor a las “obras” lo que generó doctrinas y normas que orientaban los comportamientos humanos a través del magisterio de la Iglesia. De allí el impulso al “derecho canónico” y la doctrina del magisterio emanada de los concilios, los papas, las conferencias espiscopales y los obispos, y documentos. En “Catecismo de la Iglesia Católica” y el “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, se ha procurado sistetizar, recientemente, el magisterio social y político de la Iglesia.

Estos principios y normas en algunos casos chocaron y chocan contra las políticas de los gobiernos y leyes de los estados nacionales o de los órganos y  normas internacionales, lo que obliga a los cristianos a trabajar para su armonización. El magisterio de la Iglesia tuvo y tiene que adaptarse a las diversas épocas históricas; a la mayor conciencia y conocimiento que el hombre  adquiere sobre sí mismo y sobre el ámbito en que se desarrolla como persona y, como consecuencia de ello, a los cambios que se producen en las sociedades en que vive.

La historia ofrece ejemplos de estos cambios fueron las enseñanzas de Francisco Suárez y los teólogos del siglo de oro español, que sentaron las bases de las doctrinas que justificaron los cambios revolucionarios que se gestaron a fines del siglo XVIII y en el siglo XIX, y que dieron por tierra con el absolutismo; o las diferencias que hubo entre la autoridad de la Iglesia y las autoridades criollas que se instalaron en nuestro país después de la Revolución de Mayo; o, más recientemente, las diferencias, que nos a tocado vivir en nuestra juventud, entre los católicos que apoyaban regímenes autocráticos con los que querían la democracia.

En la dinámica de estas transformaciones muchas veces algunos católicos –más conservadores- reivindicaron “valores en crisis”, más propios de una época superada, por sobre los “valores frescos” reclamados por los nuevos tiempos y por otros cristianos.

No hace mucho había cristianos que defendían los regímenes políticos autoritarios de Francisco Franco, en España, o, en nuestro país, a los gobiernos militares.

Esto nos enseñanza que los cristianos en política tenemos que tener un conocimiento acabado del mensaje cristiano; y, al mismo tiempo, un conocimiento crítico del momento en que se desarrollan los acontecimientos y de cómo los vive el hombre y la sociedad en esas circunstancias. Recién, entonces, encontraremos el rol y el aporte de los cristianos en la política.

LA DEMOCRACIA EN ARGENTINA

Lo social y lo político deben ser objeto de animación y participación de los cristianos.

Ello nos compromete con la Democracia Constitucional, que es hoy por hoy nuestro régimen político, por lo que tenemos que trabajar en su construcción y reconstrucción, en buscar la solución de los complejos problemas que nos aquejan y en pensar en nuestro futuro y el de nuestros hijos, como país y como ciudadanos del mundo globalizado.

En la Argentina, que recuperó la democracia hace 25 años y que está próxima a su Bicentenario, hay distintas propuestas que pretenden revisar las bases sobre las que se asienta nuestro desarrollo democrático y distintas propuestas para encarar una reforma política que modifique los procedimientos, las instituciones, los partidos o los liderazgos políticos.

Sin embargo, poco y nada se habla y debate sobre los fundamentos y valores sobre los que se asienta nuestro sistema político y en esto es donde podemos los cristianos hacer un significativo primer aporte proponiendo “Un humanismo integral y Solidario”, como nos comienza a orientarnos el reciene “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia” en lo que llama el “alba del tercer milenio”.  

LOS PROBLEMAS EN VÍSPERAS DEL BICENTENARIO 

Los argentinos que desde 1983 iniciamos un nuevo ciclo democrático, con autoridades legítimas elegidas por el pueblo, no hemos terminado de construir una Democracia Constitucional acorde a las necesidades de nuestro tiempo, lo que nos frustra y nos revela.

Así es como se sucedieron las crisis; varios presidentes no terminaron sus mandatos;los gobernantes muchas veces se perpetuan en el poder a través de reelecciones, o la elección de familiares o amigos; en el ejercicio de sus cargos, con frecuencia, acumulaban poderes y superpoderes desbordando los límites constitucionales; para hacerse elegir, reelegir o apoyar se recurre al clientelismo político; y la corrupción es una enfermedad crónica muyh dificil de curar.

A estos males vino se le antepusieron “soluciones mágicas’, como los cambios de gobierno y de los partidos de gobierno, la reforma de la Constitución en su parte instrumental, el cambio de los sistemas electorales, la judicialización de la política y hasta el “que se vayan todos”; pero las cosas no cambiaron o cambiaron muy poco, y en algunos casos para peor.

¿Qué hacer entonces? 

VOLVER AL PRINCIPIO 

Quizás haya que volver al principio, a las fuentes, como hacía el pueblo de Israel cuando sus reyes se extraviaban, que recurría a Yahvéh, al Dios que había investido de autoridad al rey, para pedirle que éste se ponga al servicio de su pueblo, con humildad como lo hizo David, a pesar de sus debilidades y errores.

En nuestro caso tendríamos que volver sobre nuestros pasos y analizar por qué decidimos, después de tanto extravío, volver a la democracia, al Estado de Derecho, al voto del pueblo, al imperio de la Constitución y de la ley, al respeto de los derecho humanos, y a la búsqueda de una sociedad más justa, donde la libertad, la igualdad y la fraternidad no sean sólo un eslogan o un ideal inalcanzable.

La sociedades se organizan de dos maneras: o a partir y para servir a la persona humana según su dignidad, o desde el poder y para poner a dicha organización al servicio al servicio del mismo. Las constituciones y las leyes se dictan y las instituciones se crean para servir a las personas, y preservar sus bienes fundamentales: su libertad (de su espíritu), su vida (de su cuerpo) o su trabajo (como proyección de su personalidad, espiritual y material); o se dictan y crean a partir del poder o de quienes lo ejercen, quienes desde la soberbia delracionalismo o el positivismo redactan normas y crean instituciones al servicio a los que mandan y no para los que sólo deben obedecer.

Si queremos una reforma política tenemos que comenzar convenciéndonos que el gran protagonista de la democracia constitucional no son los políticos, ni las instituciones, sino los ciudadanos, y que si queremos volver a las fuentes tenemos que poner las leyes, las instituciones y la política al servicio de las personas, o sea del bien común; y el ciudadano tiene que asumir el protagonismo que hoy no tiene, que no es sólo ir a votar, sino que debe opinar, participar en las instituciones políticas y sociales, y en la toma de decisiones.

Después del conflicto del campo y del voto de Cobos no tenemos más pretexto y debemos convencernos del gran poder que detentan los ciudadanos; con su voto, su opinión, su protesta, sus propuestas y su participación en la vida social y política. Que para ejercer ese poder deben afiliarse a los partidos políticos, votar en las elecciones internas y generales e incorporarse al voluntariado social o político, como por ejemplo: participar en las reuniones y asociaciones de padres en los colegios, en las reuniones y asociaciones de vecinos; en las asambleas gremiales y de otras sociedades intermedias. Debemos actuar, cuando se lo convoca, como presidente o fiscal de mesa en los comicios; estar informado, opinar, participar en debates y audiencias públicas; denunciar a los que delinquen, servir de testigo y reconocer a los delincuente en las rueda de presos, cuando se nos requiera.

Si esto no ocurre cualquier reforma será inútil.

Pero ¿cómo convencer a tanta gente de un cambio tan profundo en sus conductas?- mediante la educación política. Este es el déficit más grave que ha tenido la democracia constitucional en nuestro país desde 1983. No hemos preparado a los ciudadanos para el protagonismo que les cabe en este sistema político, que es más complejo que los autoritarios, y que, gracias a Dios, hemos superado definitivamente, ya que a pesar de las agudas crisis que hemos soportados no hemos tenido que recurrir a los militares ni a las soluciones violentas del pasado.

Pero la educación política no implica sólo crear facultades de ciencias políticas en las universidades o hacer cursos de formación política en los partidos o en algunas ONG; ello significa que hay que trasmitir los valores de la democracia y hacer conocer sus instituciones y los mecanismos de su funcionamiento y su importancia, para lo cual hay que revisar todo el sistema educativo, de gestión estatal y privado, en todos los niveles, desde el jardín de infantes hasta en las universidades; los contenidos de los medios masivos de comunicación; y promover los valores democráticos desde los medios no formales de la educación, como son los desfiles, los actos patrióticos o conmemorativos, exhibición de símbolos patrios, o de expresiones artísticas, etcétera.

Además, de luchar en contra del clientelismo, el populismo, la corrupción y demás vicios que nos agobian, debemos proponer reformas para fortalecer a los partidos políticos, anuestros arcaico sistema electoral, organizar mejor la promoción de los liderazgos, instalar lacultura del diálogo, del debates y el consenso. Hay que buscar en la negociación y en la mediación una mejor solución de los conflictos. Los mecanismos de participación para la toma de decisiones; como la asamblea pública, la iniciativa popular, la consulta popular, el presupuesto participado; que deberíamos usar con más frecuencia.  

LOGROS Y DESAFÍOS 

Nuestra generación exhibe con orgullo haber conseguido la vuelta a la democracia constitucional, el haber restablecido el respeto a los derechos humanos, el haber dado el lugar que la mujer merece en nuestra sociedad y el haber despertado el interés por lo ecológico, lo que no es poco.

Pero los desafíos que quedan a futuro, para nosotros y a las nuevas generaciones, como son: el de fortalecer el papel del ciudadano, lograr una mejor calidad institucional y hacer posible la igualdad de oportunidades para todos, solo serán posible si ponemos la democracia al servicio de los ciudadanos.

En Chile ante la proximidad del Bicentenario, que se celebra también en el año 2010, el Arzobispado de Santiago convocó a todos los partidos políticos a un diálogo que acaba de producir un documento conjunto, que incluye la UDI y el PC, esfuerzo parecido al Diálogo que convocara en el año 2001 el Episcopado Argentino con moltivo de la crisis, aunque con resultados diferentes. Parecido esfuerzo tenemos que volver a intentar en Argentina ya que es imperioso ponernos de acuerdo sobre algunas políticas de Estado para encarrilar el proceso democrático, que tanto no costó conseguir, y de nuestro desarrollo económico social. 

COMPROMISOS Y APORTES  

Desde el compromiso social y político que tenemos los cristianos es importante señalar los principales aportes que se pueden hacer, en este momento histórico:

1.      Impulsar la educación política.

2.      Instar a la participación responsable de los ciudadanos.

3.      Promover el diálogo, el debate, la concertación y velar por el pluralismo, sin que ello sea una concesión al relativismo.

4.      Impulsar la solidaridad, la fraternidad y la amistad cívica.

5.      Contribuir para lograr una sociedad y una economía al servicio del hombre que incluya a los indigentes, a los pobres, a los enfermos y a los adictos.

6.      7.   Respetar a las personas, a la ley y a las instituciones, y muy especialmentea los derechos de las personas por nacer y por morir.

8.      Combatir el corrupción, el clientelismos, los excesos y las desviaciones de poder, y la impunidad.

9.      Hacer efectiva la libertad religiosa, dentro de una sociedad que tiene un Estado laico, y prestar a la dimensión trascendente del hombre el espacio público que merece.

10.  Bregar un orden internacional que preserve la paz, la justicia social internacional y que intente dar gobernabilidad al mundo, hasta que alguna vez se concrete el ideal de organizar una sociedad política y un gobierno mundial que gestione el bien común universar.

Sin atarnos a los esquemas de nuestro pasado; ya que ésta no es la misma democracia que anhelada en las décadas de 50 o del 60, ni la que intentamos construir en el 83, ni la que quisimos transformar en los 90, ni la que pretendimos cambiar con el que “se vayan todos” en la crisis del 2001; tenemos los cristianos que comprometernos, próximo a los 25 años del retorno a la Democracia y dos años del Bicentenario, para contribuir a hacer viva a la Democracia y a que nuestra Argentina se encamine nuevamente hacia el destino de bien común que se merece.

La Congregación para la Doctrina de la Fe emitió, el 21 de noviembre de 2002, un documento “Sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la política” en el que nos recuerda a Santo Tomás Moro, patrono de los gobernantes y los políticos, quién supo privilegiar hasta el martirio “la inalienable dignidad de la conciencia” y la “fidelidad a la autoridad y a las instituciones”, lo que implica no separar la moral o la ética de la política.

Córdoba, septiembre de 2008.