Un tema poco tratado en los tiempos en que vivimos es el de la amistad. En Atenas, donde el tema despertó mayor antención, el orador, filósofo y gobernante Demetrio Falero (350-280 AC) dijo que “La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”, y Jacques Maritain, el filósofo de la democracia, en el siglo XX agregó que: “la amistad cívica es (...) el alma y el vínculo constitutivo de la comunidad social – si la justicia es esencialmente exigida de antemano, es como una condición necesaria que hace posible la amistad-, sino que esta amistad cívica no puede prevalecer de hecho en el interior del grupo social si un amor más fuerte y más universal, el amor fraternal, no entra en ella, y si, volviéndose fraternidad, no cruza los límites del grupo social para extenderse a todo el género humano.”

Sin embargo, en latinoamérica y con el ejemplo de la Venezuela de Hugo Chávez Frías se ha instalado un modelo democrático en el que la sociedad se divide o se parte en dos, los que están con el presidente, elegido por el pueblo en elecciones libres, y los que son sus opositores. El bien común social, para los que gobiernan ese país, está acotado a lo que es bueno para los que lo gobiernan en este momento histórico, y sus seguidores; a los demás que los parta un rayo. Los referendum reeleccionistas y el clima social en que se desarrolla la disputa muestran a las claras este acerto. Esta democracia autoritaria la practicó el primer peronismo, entre1946 a 1955, pero años después el mismo (Juan Domingo) Perón renegó de la misma cuando abrazó a su eterno rival Ricardo Balbín; pero, en la actualidad, siguen este modelo la Bolivia de Evo Morales, el Ecuador de Rafael Correa, y la Nicaragua de Daniel Ortega.

Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Manuel Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay, en gran medida, son émulos de esta tendencia. No incluyo en esta enumeración a los gobiernos militares, porque en los mismos no había comicios; ni a la Cuba de Fidel y Raúl Castro, ya que allí las elecciones no son libres, hay partido único y los opositores solo potestan en las plazas o están en la cárcel o exiliados.

La democracia es “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” como  bien expresaba Abraham Lincoln; y no el gobierno “de, por y para” la mayoría o la primera minoría electoral; ni la un partido o coalición de partidos, por mucho votos que haya obtenidos en los comicios; ni de una o algunas etnias; ni de los que habitan en una parte del territorio del Estado, como puede ser el caso de Bolivia actual; o de los que siguen a un líder político, por carismático que el éste sea.

La regla en la democracia es el consenso, la concertación y el acuerdo; la excepción son las decisiones que se toman por mayoría. Éstas, que son siempre menos que aquellas, merecen ser acatadas por las minorías, si al votarse se respetaron las reglas de juego fijadas por la Constitución y las leyes.

Pero la democracia no es solo un forma de gobierno, o un procedimiento para elegir a los gobernantes; sino también un modo de vida; adonde; además de los valores de justicia, libertad, igualdad y bien común; es indispensable que haya toleracia, cooperación, solidaridad, fraternidad, y, por que no también, amistad cívica, lo que viene a ser el animus societatisindispensable para exista una sana convivencia.

En sociedades políticas crispadas como la nuestra -donde el gobierno rehuyen el diálogo y el debate; en las que no se escucha a los interesados o expertos en los temas conflictivos; en donde se descalifica o se hacen “escraches” o se agreden, de palabra o de hecho a los que no piensan como uno; donde es frecuente el piquetes, que corta calles, rutas o puentes; o se hacen paros salvajes, por ejemplo de transporte o docentes, que perjudican a terceros inocentes que trabajan o estudian; donde se subsidia a indigentes para que militen y asistan a actos masivos, en vez de inducirlos al trabajo o a la educación; y donde es frecuente hacer falsas denuncias- son caldo de cultivo para un larvado autoritarismo que destruye las sanas ilusiones que despierta el ideal democrático y altera la convivencia.

La democracia no suprimió la competencia ni el conflicto político, sólo lo ha regulado y humanizado, al establecer “reglas de juego” racionales y pacíficas, para que los adversarios no sean enemigos, y para que, más allá de las diferencias, siempre prevalezca un clima de amistad cívica, que es algo más que fraternidad, ya que no siempre los hermanos son amigos.

Arturo Ponsati decía que “La relación fraterna que se produce “strictu sensu” en la familia y “lato sensu”, como “amistad cívica”, en la sociedad, engendra confianza y actitudes de cooperación, a través del sentimiento de una pertenencia común; lleva, pues, consigo, una capacidad de reconciliación y de unidad que puede atravesar toda la vida social, no de una manera blanda y resignada, sino con un fuego vivo que abrasa y se expande.”

Los argentinos nos sentimos hermanados cuando cantamos el himno, honramos a la bandera, alentamos al seleccionado nacional de fútbol, o nos identificamos con alguno de nuestros mitos, próceres o logros obtenido por alguno de nuestros connacionales; pero parece que ha llegado el momento de reavivar esta la amistad cívica, e instalarla en el centro de nuestra vida social y política. Esta podría ser una de las promesas de futuro para hacernos con motivo del Bicentenario.

Córdoba, febrero de 2009.