Los partidos políticos están en crisis y nos hemos quedado sin los mediadores entre la sociedad y el gobierno, con lo que se ha alterado los mecanismos de ascenso y descenso de los líderes que aspiran a llegar o mantenerse en los cargos de gobierno, y con ello se ha corrompido la representación política, principio esencial de la democracia constitucional. .

Con mis nietas nos divertimos jugando a Escaleras y Toboganes, un juego de mesa que tiene un tablero con cien casillas numeradas, en a las que cada jugador avanza de menor a mayor según los números que indica un dado que los contendientes van tirando por su orden, pero al llegar a algunos números se puede avanzar saltendo varios, por alguna escalera; o retroceder, según los toboganes que estan dibujados en el tablero. Esto se parece a la disputa de la política agonal y a la forma con que se construyen, mantienen, destruyen o sustituyen los liderazgos.

Para tener poder político y ejercer la representación popular hace falta cumplir con una serie de pasos y someterse a ciertas reglas, fijadas por la Constitución, las leyes o la costumbre, que permiten, a quién así lo desea, emerger del anonimato social, hacerse conocer entre sus pares, mostrar su voluntad de liderar o aspirar a algún cargo representativo; acumular los recursos financieros necesarios para obtenerlo; conseguir personal que lo acompañe en esa empresa; técnicos que le ayuden a elaborar los proyectos y que le manejen las encuestas y el marketing; convencer a los referentes sociales o políticos, a las instituciones sociales o partidos para que lo apoyen y le faciliten sus propósitos; y, conseguir, por fin, que ese propósito pueda imponerse en las urnas.

Esto que parece simple no lo es en nuestro país, donde las reglas básicas de juego están distorsionadas o no se cumplen, los partidos debilitados y el orden cronológico en que las renovación de las élites debe producirse no existe.

Por de pronto los medios de comunicación masivos condicionan la etapa del conocimiento de la persona, la que muchas veces emergen no como un referente politico, sino por ser una figura del espectáculo, el deporte, de la religión o de otras actividades sociales que poco tienen que ver con la política. Esta modalidad ha traído muchas frustraciones y algunas sorpresas.

Los partidos políticos son -o deberían ser- los encargados de hacer de escaleras o de toboganes entre la sociedad y los cargos políticos, pero están en crisis, en gran medida por que los liderazgos personales, sobredimensionados por los medios de comunicación masivos -especialmente por la televisión e internet-;  sumados al dedo de quienes detentan, en ese momento, el poder político -presidentes, gobernadores o intendentes-, y el clientelismo político que practican; son más poderosos que los aparatos partidarios. Esto les ha hecho perder totamente su identidad, y en muchos casos los ha convertido en sellos que se multiplican para convalidar cualquier candidatura por fuera de la estructura partidaria, y eludir así las elecciones internas.

Las reglas de juego se cambian según la necesidad de los contendientes, como en los casos de las reelecciones -muchas veces con nombre y apellido-; o con las llamadas “listas sábanas”, donde los que mandan imponen los candidatos; o estableciendo la “ley de lemas” donde se vota por infinidad de papeletas que pocos entiende, por su multiplicidad, en el cuarto oscuro; o se acuerdan premios a las mayorías o a las minorías, o pisos para que se proscriban a las minorías; o sistemas de circunscripciones para eliminar, también, a las minorías, como ocurre en algunas provincias; o permiten alianzas o sumatorias de votos entre las listas partidarias que confunden también a los que votan. La leyes que estableciron las internas abierta y el control de los fondos de las campañas electorales fracazaron rotundamente, nadie sabe quién elige los candidatos y de donde salen los fondos de las campañas.

Este gran desorden ha frustrado las sanas intenciones de quienes han propuesto reformas políticas, como elecciones internas abiertas, o votos de preferencia, o control de los fondos que se utilizan en las campañas electorales, o las declaraciones juradas de bienes de los candidatos, etcétera, y ha desprestigado a los políticos y, lo que es más grave, a la política, que es, o debe ser, arte, ciencia y virtud de bien común.

Para reordenar todo esto hay que comenzar por aceptar que el problema existe, que el camino de los liderazgos esta obstruido, obstaculizado y dificultado para los más idóneos -como exige nuestra Constitución- sean quienes emerjan, construyan y accedan a los cargos de gobierno, y que los mismo sean ejercido dentro del marco de sus atribuciones y con el respeto de quienes aceptan la legitimidad de estos mandatos. Si esos presupuestos se dan, el precisar las reglas de juego no será tarea dificil ya que hay propuestas concretas a adoptar y en el mundo hay países que han demostrado experiencias que se pueden adaptar y por que no imitar.

Si observamos las elecciones presidenciales de Chile, de año pasado; las de Francia, de este año, o de Estados Unidos, del  próximo; vemos como se construyen los liderasgos de los que serán candidatos, como y cuando se deciden a serlo, como forman sus equipos de trabajo, recaudan los fondos para financiar su campaña, disputan las elecciones primarias, eligen los candidatos dentro de los partidos -por elección o convención-, se hacen las campañas electorales con propaganda y debates, y  como se desarrollan los comicios. Estas secuencias, que pueden tener aspectos criticables, no se dán, ni son respetada, ordenada y transparentada, en nuestro país por la debilidad de los partidos, por la presión de los que mandan y por el poco respeto y claridad de las reglas de juego.

 Para jugar en serio y sin trampas a las Escaleras y Toboganes de la política lo clave son los ciudadanos, que son su razón de ser y para quienes existen los dirigentes y los representantes del pueblo. La ciudadanía debe exigir estos cambios participando y haciendo valer su opinión y su voto, sin olvidarse de la educación política, sin la cual cualquier reforma será inútil.

No nos olvidemos que sin ciudadano no hay república ni democracia.

                                               Córdoba, abril de 2007.