La ley Nº 26.774, de 2012, autorizó el voto obligatorio de los jóvenes de 16 y 17 años, eximiéndolos de sanciones si no lo hacen y de ser autoridades de mesa, y reabrió un debate iniciado en la Convención Constituyente de la Carta Orgánica de la Municipalidad de Córdoba en 1995, cuando se consagró, para las elecciones municipales, el voto optativo de los adolescente.
La mayoría de aquella Convención, y luego el Congreso. votó éstas cláusulas argumentando que con ello se incrementaría la participación juvenil en la política, algo que luego no ocurrió. En Córdoba, en las elecciones municipales de 1999 se empadronaron sólo 1200 jóvenes, en 2003 fueron 289; en la de 2007 se redujo a 39; 337 se anotaron en 2011 y sufragaron sólo 108, sobre unos 60 mil que se podrían haber anotado; y en 2015 se inscribieron solo 140, cuando el padrón general es de más de un millón de vecinos. A nivel nacional no hay estadísticas de los que votaron en 2013, pero estuvieron incluidos junto a los mayores en los padrones en una proporción del 1,9; o sea unos 600 mil adolescentes.
Las Cartas Orgánicas de las ciudades cordobesas de Las Varillas, Bell Ville y Colonia Caroya imitaron luego a la de Córdoba capital y por ordenanza lo hizo San Francisco. La Carta de Zapala, en Neuquén, también lo adoptó. En Las Varillas, donde en 2007 votaron 9.900 ciudadanos, se anotaron sólo 100 adolescentes y votaron nada más que 40.
Pocos países en el mundo lo admiten como: Cuba; Nicaragua; Irán -a partir de los 15 años-; Chipre, desde los 16; e Indonesia desde los 17. También lo permiten las Constituciones de Austria, de Brasil, Bolivia, Ecuador; y en Eslovenia -si trabajan en forma remunerada-. En Brasil en 2007 sufragaron el 1,91 % de electores de 16 y 17 años; en 2008 el 1,19%; en 2009, el 1,47% y el 2010 el 1,76%, o sea 2.391.093 votos 16 y 17 años sobre un total de 135, 6 millones.
En la Convención de 1995, como constituyente, voté en contra de que se extendiera el voto a los 16 años por las siguientes razones:
Hay excepciones y casos de maduración temprana, pero es la excepción que confirma la regla. Me pregunto: ¿Vale la pena forzar la maduración de los adolescentes en pro de una participación que nadie pide, ni le agrega nada positivo a una personalidad en búsqueda de modelos dignos de imitación y de estímulos gratificantes? ¿No sería mejor tratar de resolver antes otras de sus necesidades básicas cómo: salir de la pobreza, evitar la repitencia o la deserción escolar, o de acceder a un trabajo digno?
Los políticos debemos plantearnos si con esto se ayuda a mejorar la vida de los adolescentes o si los usamos para conseguir que nos voten.
Córdoba, septiembre de 2015.