Emmanuel Macron ha dicho y ha dicho bien que “los que más atesora una nación, lo que le da vida, lo que la hace grande y lo que es esencial para ella son sus valores morales”, esto bien lo podríamos ampliar afirmando que toda sociedad política atesora valores, principios, reglas e ideas fuerza, de carácter moral o de derecho natural, que encuentran su fundamentos en sus constituciones y en las creencias y principios religiosos de los que la integran.

La Constitución de un país, como la nuestra, aparte de ser el acta fundacional y organizacional de una sociedad política y de su estado, declara y garantiza derechos de los que la integran, y fija deberes a qué atenerse. Los objetivos, los principios, los valores y las ideas fuerza que hicieron posible su fundación y organización, también declaradas por la Norma fundamental, son básicas para orientar su posterior reglamentación y aplicación.

La religión o las religiones que profesan los que viven en estas sociedades políticas crean, al exteriorizarse, relaciones jurídicas que merecen ser reguladas. La paz es una idea fuerza y un valor que los ciudadanos y las autoridades del estado deben tratar de realizar y de hacer posible para una mejor convivencia social.

Si queremos determinar qué vinculo hay entre la religión y la paz, tenemos que precisar su significado.

Religión, según el Diccionario de la Real Academia Española es el: “Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto.” Se entiende, también, que hay religiones no teístas, como el budismo, el confucianismo, el taoísmo, etcétera.

La Paz, para dicho Diccionario, es la: “(…) 2. f. Pública tranquilidad y quietud de los Estados, en contraposición a la guerra o a la turbulencia. (…) 4. f. Sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos.5. f. Reconciliación, vuelta a la amistad o a la concordia. 6. f. Virtud que pone en el ánimo tranquilidad y sosiego, opuestos a la turbación y las pasiones.”


Religión y Paz en la Constitución Argentina

Nuestra Constitución utiliza la palabra paz en cuatro oportunidades: en el preámbulo, cuando declara como objetivo “consolidar la paz interior”; en el artículo 27, al señalar que “El Gobierno federal está obligado a afianzar sus relaciones de paz y comercio con las potencias extranjeras (…)”; en el art. 75 inc. 25, cuando dispone que el Congreso debe “Autorizar al Poder Ejecutivo para declarar la guerra o hacer la paz”; y en el inc. 27 cuando dice: “Fijar las fuerzas armadas en tiempo de paz y de guerra (…)”.

La religión es mencionada desde el preámbulo, cuando expresa “invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia”, y en el artículo 19, al referirse a “Las acciones privadas de los hombres que (…) están sólo reservadas a Dios (…)”.

El término culto está en el art. 2 cuando habla del sostenimiento del “culto católico, apostólico romano”, y en el art. 14, cuando enumera y declara como derecho de los habitantes el “de profesar libremente su culto”. El art. 75 inciso 22 menciona que el Congreso puede “Aprobar o desechar (…) los concordatos con la Santa Sede (…)”.El art. 73 declara que “Los eclesiásticos regulares no pueden ser miembros del Congreso (…)”.

Desde 1994, el artículo 93, único que se refiere a la religión, no exige, como lo hacía antes, que el presidente y el vicepresidente juren por Dios, sino por "sus creencias religiosas". Los tratados internacionales, que ahora tienen jerarquía internacional, han invocan reiteradamente a la paz.


La religión y la paz en la sociedad política y con el estado.

Jesús dijo:

“Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22, 15-21); y

“Mi Reino no es de este mundo” (Juan 18, 33-37).

No siempre se ha interpretado con claridad estas expresiones, que no solamente establecen una diferencia o separación del poder político con el de la autoridad religiosa, sino que, por el contexto en que fueron dichas, significan también que la autoridad Divina es superior a las autoridades humanas.

Hay sociedades políticas que ubican a la religión y lo religioso en un lugar preponderante. Esto lo hacen no solamente por la fe que profesan los que la componen, sino, y muy especialmente, porque comparten las normas morales y reglas del derecho natural que son esenciales en sus creencias, sus conductas, su modo de vida y su prédica. Pero hay otras que no respetan la libertad religiosa, sea porque adoptan alguna y discriminan a otras, o porque las reconocen solo como una creencia aprisionada en la conciencia de las personas, o porque directamente la niegan, la prohíben y muchas veces la combaten.

Hay constituciones que diferencian la autoridad del estado con el de las religiones, como la nuestra, donde la “autonomía y la cooperación”, como bien lo expresa la Constitución de Córdoba (Art. 6), son la regla principal. Sin embargo, existen otras donde ambas se identifican y confunden, o que adoptan o declaran a alguna como religión oficial. Hay, también, constituciones que omiten o desconocen a ciertas religiones, y estados que persiguen a quienes las profesan.


Las religiones y la Paz del mundo

Las dos guerras mundiales fueron sepultadas por dos bombas atómicas. La guerra fría con la caída del muro de Berlín, y sus últimos atisbos por el acuerdo de EEUU y Cuba en época de Obama. Pero las guerras religiosas o antirreligiosas parecen no terminar, aunque emergen nuevas modalidades.

En este siglo, Al Qaeda destruyó las Torres Gemelas; el Estado Islámico (ISIS en inglés) desde Irak propuso una guerra santa (yihad) para imponer un califato. Hubo atentados en París en la revista Charlie Hebdo y muchos más; en Nigeria, por Boko Haram; en Kenia, por Al Shabab; en Sudán del sur; y entre palestinos y judíos. Esta violencia nos muestra que hay conflictos políticos o étnicos que usan o instrumentan la religión para imponerse, atraer adeptos o vencer al enemigo. Usan la religión y lo religioso como pretexto para conseguir objetivos políticos, pisoteando la dignidad de la persona humana y violando las normas morales y del derecho natural.

En este mundo globalizado, la violencia (política-religiosa-étnica) no tiene frontera, y puede ocurrir en cualquier parte. Argentina lo padeció con el atentado a la embajada de Israel en 1992 y en 1994 contra la AMIA, y en 2015 con la muerte del fiscal Alberto Nisman.

Judíos, cristianos, musulmanes y quienes profesan otros credos muchas veces son perseguidos, denostados o castigados por su fe, por practicar su culto o cambiarlo; por lo que es imprescindible reforzar las garantías a estos derechos injustamente vulnerados.

Por ello, el Consejo Argentino de la Libertad Religiosa (CALIR) impulsa la aprobación de una ley interna y de un tratado internacional de libertad religiosa, que no solo declare derechos – como hacen ya algunas normas internacionales-, sino también que cree un órgano internacional que encueste, supervise, aconseje y medie para el mejor ejercicio de estos derechos, y denuncie e impulse el juzgamiento de las graves violaciones de los mismos. Que aliente, además, la secularización de los estados, el respeto de la autonomía de las iglesias o confesiones religiosas, y vele por el pleno ejercicio de los derechos a la libertad de conciencia, religiosa y de culto. Que periódicamente informe, como lo hace en la actualidad el Relator de Libertad Religiosa de la ONU, los avances y retrocesos que ocurren en esta materia.


La buena noticia de la Paz

Las ideas fuerza que declaran las constituciones al igual que las religiones muchas veces han sido mejor explicadas, ponderadas y fundamentadas por los libros sagrados que por las constituciones, los tratados y las leyes positivas, como ocurre por ejemplo con la idea de la paz, lo que es claro apreciar en la tradición judeo-cristiana.

La paz, en el Antiguo Testamento, es fruto de una vida entregada a cumplir la voluntad de Dios, a cumplir la alianza. Es el regalo que Dios hace al justo (cfr. Sal 119, 164-168). La paz auténtica, por tanto, se da cuando Dios reina realmente en medio del pueblo de Dios. Es lo que anuncia el segundo Isaías (en 52, 7): “Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios”.

Un Salmo exclama: “Oh Dios, da al rey tu juicio, al hijo del rey tu justicia: que con justicia gobierne a tu pueblo, con equidad a los humildes. Traigan los montes paz al pueblo y justicia los collados (colinas). Él hará justicia a los humildes del pueblo, salvará a los hijos de los pobres, y aplastará al opresor. Durará tanto como el sol, como la luna de edad en edad; caerá como la lluvia en el retoño, como el rocío que humedece la tierra. En sus días florecerá la justicia, y dilatada paz hasta que no haya luna” (Salmo 72, 1-7).

El Nuevo Testamento proclama: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará sus hijos" (Mateo 5, 9).

Esta Buena Noticia de la Paz, que Dios regala al mundo por medio de Jesús, resuena específicamente en el canto de los ángeles, cuando estos anuncian el nacimiento de Jesús a los pastores: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quien Él se complace" (Lucas 2, 14).

San Pablo explica: “Porque él (Cristo) es nuestra paz: él que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad. Vino a anunciar la paz, paz a ustedes que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca". Pues por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu” (Éfeso 2, 14-18).

“Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad. En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Frutos de la justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz.” (Santiago 3,16-18).

San Óscar Arnulfo Romero nos recordaba: “Hermanos, si de veras lo somos: ¡hermanos!, trabajemos por construir un amor y una paz - pero no una paz y un amor superficiales, de sentimientos, de apariencias-, sino un amor y una paz que tiene sus realces profundas en la justicia. Sin justicia no hay amor verdadero, sin justicia no hay la verdadera paz. He aquí, pues, que si queremos seguir la vertiente del bien que nos hace solidarios con Cristo, tratemos de matar en el corazón los malos instintos que llevan a estas violencias y a estos crímenes y tratemos de sembrar en nuestro propio corazón, y en el corazón de todos aquellos con quienes compartimos la vida, el amor, la paz, pero una paz y un amor en la base de la justicia".

SS Francisco ha dicho: “¡Cómo quisiera que por un momento todos los hombres y las mujeres de buena voluntad mirasen la Cruz!”, haciendo hincapié en que en la Cruz “se puede leer la respuesta de Dios: allí, a la violencia no se ha respondido con violencia, a la muerte no se ha respondido con el lenguaje de la muerte. En el silencio de la Cruz calla el fragor de las armas y habla el lenguaje de la reconciliación, del perdón, del diálogo, de la paz. Quisiera pedir al Señor que nosotros cristianos y los hermanos de las otras religiones, todos los hombres y mujeres de buena voluntad gritasen con fuerza: ¡La violencia y la guerra nunca son el camino para la paz!” (“La palabra Paz atraviesa todo el Evangelio” Jornada Internacional de intercesión por la paz en Tierra Santa; Domingo, 26 enero 2014).


Conclusión

La fuerza de la idea de la paz, si la analizamos desde la óptica de la Constitución y de la religión, adquiere una importancia mayor, tanto cuando se refiere a la dimensión interior de las personas, al interior de la sociedad política, o a las relaciones internacionales, como cuando bregamos para conseguirla a partir de las creencias y las convicciones religiosas.

La paz, vista desde esta perspectiva, y que no siempre coincide con la idea de felicidad, no solamente debe entenderse como contraria al opresor, a la muerte, a la guerra, al atentado, a la violencia, al secuestro, al escrache, al crimen, a la intolerancia, a los malos instintos o directamente al mal; sino que debemos asociarla con el amor, la hermandad, la amistad, la justicia, la equidad, la compasión, la reconciliación, el perdón, la concordia, la tranquilidad, el sosiego, la quietud y la buena correspondencia.

Demoler muros, eludir barreras, suprimir grietas; evitar disensiones, riñas y pleitos; construir puentes y caminos; hacer posible el diálogo, la conversación y la negociación. Todo ello es indispensable para lograr consensos y hacer posible la paz.

Córdoba, noviembre de 2018.