A PROPÓSITO DE LA VENTA DEL TANGO 01
EL PRESIDENTE ES ¿SEDENTARIO O NÓMADE?
Más allá de la imagen de prodigalidad o austeridad que el presidente de la Nación luzca, por tener a disposición un avión como el Tango 01, debemos debatir antes lo que propone el título de esta nota, para saber realmente cuales son las necesidades que el primer magistrado tiene cuando se traslada.
El artículo 3º de la Constitución, aprobada en 1853, capitalizaba la ciudad de Buenos Aires y establecía allí la residencia de las autoridades federales, el convencional Martín Zapata dijo que el mismo importaba “toda la Constitución” y que suprimirlo era “matarla en su cuna” ya que “allí está nuestra profunda llaga política”, con lo que se quería terminar con un conflicto histórico entre el lugar de residencia de las autoridades de la Nación y la competencia que las provincias tenían sobre el mismo. Detrás de esta discución, que no terminó allí, estaba también el interrogante entre el sedentarismo o el nomadismo de quienes ejercen el Poder Ejecutivo, ya que el Congreso y el Poder Judicial, por la propia complejidad y número de miembros de sus estructuras, necesitan de un lugar estable donde deliberar y tomar decisiones.
Las atribuciones que la Constitución le concede al presidente, están pensadas para ser ejercidas desde la Capital Federal, especialmente por la necesidad de que sus decretos u actos sean refrendado y legalizados por sus ministros (Art. 100 incs.8, 12 y 13, 102), aunque alguna no deba ejercerla sentado en el sillón de Rivadavia -como cuando hace -antes las cámaras reunidas en Asamblea- “la apertura la sesiones del Congreso” (art. 99,8 C.N.)-, salvo cuando se trata de la conclusión y firma de tratados, concordatos con organizaciones internacionales y nacionales extranjeras (art. 99,11) –que se supone puede hacerla dentro o fuera del país- y cuando concede empleos y grados de oficiales superiores de las Fuerza Armadas “por sí solo en el campo de batalla” (art. 99,13).
Hoy tecnológicamente no es impensable que un decreto firmado por el Presidente en Olivos, Catamarca o El Cairo –en este supuesto luego que se reforme la Constitución- pueda ser refrendado y legalizado por un ministro desde su despacho, ya que de hecho actualmente el mismo no siempre se hace después que lo firma el presidente ni ante su presencia.
EL PRESIDENTE FUERA DEL PAIS ¿LO ES REALMENTE?
Para “ausentarse del territorio de la Nación” (antes de la reforma de 1994 era para salir de la Capital) necesita permiso del Congreso –que todos los años se lo dá en forma genérica por un plazo determinado (v.gr.: 3 meses) para que lo use discrecionalmente- y en receso de éste sólo puede hacerlo “por razones justificadas de servicio público” (Art. 99,18). Al salir del país asume mediante un acta el vicepresidente, o quien le sigue en orden de sucesión si corresponde, sin prestar nuevo juramento (que sólo lo presta al reemplazarlo definitivamente).
Esto es un engorro para el primer mandatario, ya que para ir a Montevideo necesita delegar el mando, y no debe hacelo cuando va a la Base Marambio de la Antártida o a Orán en Salta, a pesar que las distancias con su despacho sean mucho mayores, simplemente porque es fuera de la frontera.
Si hace una visita de estado, luego de delegar el mando, a otro país, debe presentarse ante el primer mandatario anfitrión como ¿presidente en ejercicio o en uso de licencia?. En ese momento, el presidente ¿es él o su reemplazante?. Si firma un acuerdo ¿lo hace como presidente o delegado de su subrogante?. Si un ministro, que lo acompaña en la gira u otro que se quedó en el país, debe tomar una decisión trascendente, ¿debe consultársela a él, a su reemplazante o a ambos?.
El derecho internacional consuetudinario considera que los jefes de estado cuando están en otro país gozan de las inmunidades y la extraterritorialidad, que tienen los diplomáticos que lo representan, y la Convención de Viena sobre los Tratados los autoriza a firmarlos (art.7). El pre- sidente fuera del país, aunque delegue el mando, sigue siéndolo, y el vicepresidente, es un su- plente, que decide sólo lo doméstico y urgente. Sería imprudente, por ejemplo, que decrete una devaluación de la moneda, declare la guerra o indulte (como hizo alguna vez Eduardo Duhalde en ausencia de Carlos Saúl Menem).
Cuando está en el país reside en Olivos, fuera de la Capital, donde no sólo vive con su familia, sino que trabaja con mayor comodidad que en la Casa Rosada, donde ahora ni siquiera tienen oficinas los ministros, salvo el de Interior, y a quienes les molesta trasladarse a Olivos. Esta comodidad hacía que el presidente Raúl Ricardo Alfonsín despachara sólo martes y jueves desde Balcarse 50, y el resto del tiempo lo hacía desde la Quinta.
La tarea presidencial no es sólo reunirse con los ministros, con el gabinete, designar funcionarios o recibir embajadores, sino que es comunicarse con la gente, con las instituciones, sociedades intermedias y con quienes tienen poder dentro o fuera del país. Los decretos que firma, las intrucciones -orales o escritas- que imparte, las posiciones que fija, las polémicas que entabla y hasta los discursos que pronuncia son insuficientes.
Para gobernar hace falta presencia, gestos, actitudes y la palabra justa, en el lugar adecuado y en el momento oportuno. Tampoco alcanzan los discursos en el Congreso o desde el balcón o por los medios, ni las conferencias de prensa. Desde que es candidato hace giras y caravanas por todo el país, le dá la mano o un abrazo a los que se le acercan. Si las circunstancias lo obligan se saca la corbata, se pone un poncho, monta a caballo, juega al futbol, besa a un niño o visita a un enfermo. Habla, por teléfono o personalmente, con los gobernadores, los presidentes de otros países o directivos de organismo internacionales. Visita o recibe al Papa, a Bill Clinton, o al presidente de Senegal, habla en la Asamblea de las Naciones Unidas o en Davos, Suiza, trata de convencer a inversores extranjeros para que vengan o a los jovenes para que no se vayan del país.
PRESIDENTES AUSENTES
Los frecuentes desplazamientos del presidente no son de hoy. Cuenta Beatriz Bosch que Juan José de Urquiza, el primer presidente constitucional, delegó el mando en su vicepresidente Salvador María del Carril –en Paraná que era entonces la capital por la secesión de Buenos Aires- durante 24 meses y 20 días, o sea el 35% de los 6 años de su mandato, mientras Urquiza pasó gran parte de ese tiempo en su residencia de San José. El presidente Alfonsín hizo 41 viajes a 64 países, lo que le insumió 192 días, el 10 % de su mandato. Menem en su primer período estuvo 307 días, el 14% del mismo fuera del país, e hizo 82 viajes por 107 países; en su segunda presidencia (hasta el 22 de julio de 1998) visitó 16 países, en 7 viajes, lo que le insumió 148 días, el 13% de ese tiempo (Molinelli, Palanza y Sin en “Congreso, Presidencia y Justicia en Argentina”).
Recuerdo cuando fui diputado que el presidente de U.S.A. George Bush visitó Buenos Aires sin delegar el mando en su vicepresidente y el avión presidencial hacía las veces de la Casa Blanca. Si tenía que decidir algo, que comprometía a su país o la seguridad del planeta, lo hacía desde las oficinas del mismo, que estaban equipada para ello.
Aplaudo la austeridad del presidente Fernando de la Rúa al viajar en vuelos de líneas comerciales, pero confieso que no me hubiera gustado ser pasajero de los mismos, no sólo por las molestias que causan los dispositivos de seguridad, sino porque cualquier emergencia podría haber obligado un aterrizaje o regreso imprevisto, que hubiera cambiado el itinerario o el tiempo del vuelo.
Al concretar la venta del Tango 01 no sólo debe pensarse en su precio, en la megaloma- nía o las comitivas numerosas que acompañaban al presidente Menem, sino también en que el primer mandarario, de un régimen presidencialista, es un líder único, de difícil reemplazo, en cualquier lugar de la tierra en que se encuentre; y que el nomadismo de sus funciones lo obliga a rápidos desplazamiento y a tener una fluída comunicación para cumplir mejor su cometido.
Córdoba, julio de 2000.
(*) Es profesor de Derecho Constitucional de las Universidades Nacional y Católica de Córdoba y fue diputado de la Nación.