La lectura del artículo de Hugo Polcan sobre “La riqueza potencial de las sociedades” en la Revista Criterio me inspiró para escribir estas reflexiones postpandemia. El capitalismo, para algunos, parece haber dejado de ser una mala palabra, que privilegia al capital sobre la persona humana y al trabajador. Pero, cuando se habla de capital ¿a qué nos referimos?; ¿a los bienes materiales y financieros que poseen y aportan las personas, las empresas o el estado?; ¿a lo que nos proporciona la Naturaleza, como el agua, el aire, la fauna, las praderas, los minerales, etcétera?; o ¿a los recursos humanos que aportan inventiva, conocimiento (tecnología),  trabajo y que consumen lo producido? A esto último deberíamos llamarlo “capital social”.

El “capital social” no solo es lo que aportan las personas, sino su conducta ética y solidaria, su generosidad, su ingenio, su colaboración y hasta su desprendimiento y conciencia cívica. Ello hace necesario que exista una “política social” bien orientada, que estimule estas conductas y que hagan posible una mayor justicia y equidad comunitaria. Una tercera parte de la población argentina, como dice Polcan, participa de algún tipo de voluntariado, Caritas alista 150.000 voluntarios y en Córdoba hay más de mil comedores o merenderos comunitarios que dan de comer a quienes lo necesitan, y muchas instituciones sociales que alojan a quienes no tienen a donde vivir o dormir.

La atención de inmigrantes requiere tener presente que muchos de ellos giran parte de sus ingresos a sus familias que viven en los países de origen y que los que provienen de países vecinos, traen sus parientes para que sean atendidos por médicos u hospitales de nuestro país. Hay muchas instituciones que atienden a personas discapacitadas, a rescatados/as de la trata de persona, de las adicciones o a los miles que habitan en viviendas precarias o en las calles de nuestras ciudades. El crecimiento impresionante de la informalidad y la explotación de los que trabajan en talleres clandestinos o en ferias que se instalan en lugares publicos, son parte también de esta descontrolada realidad. Durante la pandemia el mal remunerado esfuerzo de médicos, enfermeros/as, paramédicos, y voluntarios que trabajaron para enfrentar la pandemia, fue y es otra muestra de ello. Al igual que los bomberos voluntarios que se esfuerzan para apagar incendios que ponen en peligro vidas, viviendas y bosques.

Se impone entonces entender que todo esto exige elaborar una política que tenga en cuenta e integre, en toda su dimensión, a este “capital social”, que no es un gasto sino una inversión, tanto o más importante que el capital económico y financiero, para así hacer posible “una economía puesta al servicio del hombre y la justicia sociales”, como indica el preámbulo de la Constitución de Córdoba, y como aspiramos la mayoría de los argentinos.

Córdoba, de diciembre de 2021.