No nos sorprende hoy que el “cambio” haya motivado el triunfo
electoral de un candidato para la jefatura de un estado, aunque no se conozca
con claridad que significa cambiar.
Ello es claro cuando un outsider, el diputado anarco-liberal Javier Gerardo Milei, ganó el ballotage en la
elección presidencial de nuestro país en noviembre del año 2023, proponiendo,
con una motosierra, un “cambio”, que
desplace a la “casta”, sin precisar
quienes la componía; ni cómo, con quién y por qué lo haría.
Este año algo parecido ocurrió el 2 de
junio en la elección de México, cuando por primera vez fue electa presidente por
el 59,75%, una mujer – otro tipo de “cambio”-,
Claudia Sheinbaum Pardo, nacida en el seno de una familia judía, seguidora del
actual presidente Andrés Manuel López Obrador, que asumirá el primero de
octubre de este año.
La segunda investidura presidencial de
El Salvador la asumió Nayib Bukele el 1º de junio de 2024, luego de haber sido
elegido el 4 de febrero de 2024 por el 70% de los votos escrutados, a pesar de
que la Constitución prohíbe la reelección, y para que esa cláusula no se le aplicara
Bukele tomó una licencia de seis meses antes de terminar su primer mandato.
Nacido en una familia palestina, alguna vez afirmó “Yo no creo en ideologías”, y, otra vez, dijo: “Los radicales como yo, quieren los cambios y sin esperar tanto”. El
“cambio” más significativo de su
presidencia es el régimen de excepción que privó de la libertad a más de
75.000 personas, por presuntos vínculos
con las pandillas que azotaban su país.
En las elecciones legislativas del Reino
Unido, el 4 de julio pasado, después de 14 años, los conservadores sufrieron
una aplastante derrota, que le infringió el Partido Laborista, encabezado por
Keir Stamer.
En el reciente debate entre los precandidatos
presidenciales de los Estados Unidos entre Joe Biden; de 81 años de edad, el
presidente de la mayor edad en la historia de ese país, que pretendía ser
reelecto por el Partido Demócrata, y que acaba de desistir de dicha
postulación, proponiendo ser reemplazado por la primera vicepresidenta mujer de
la historia en ese país, Kamala Harris, hija de un economista jamaiquino
y una médica de la India, partidaria del aborto, y que de ser elegida será la
primera mujer estadounidense en ejercer la presidencia; y el ex presidente,
Donald Trump, de 78 años, que está acusado en varias causas penales en los
tribunales, y que fue herido de bala en un acto de campaña, que se postula por
el Partido Republicano; nos muestra otros sorprendentes “cambios”.
Las elecciones legislativas en Francia
también sorprendieron porque en la primera vuelta ganó la Agrupación Nacional
de extrema derecha liderada por Marine Lepen; y en la segunda vuelta, celebrada
el 7 de julio pasado, triunfó la alianza de izquierda Frente Popular. El primer
ministro de ese país, Gabriel Attal, homosexual, de 34 años de edad, es el más
joven en ese cargo de la historia moderna de Francia, designado por el Presidente
de la República, Emanuel Macron, que cuando asumió en 2017 tenía solo 39 años,
y que tiene por esposa a Briggitte Marie-Claude Trogneux, más conocida como
Briggi Macron, que nació 25 años antes que él. Muchos “cambios” al mismo tiempo.
Como puede verse la velocidad de los “cambios” desconciertan, no solo a los
ciudadanos, sino también a quienes gobiernan o aspiran a liderar partidos, familias,
instituciones políticas o privadas, o contribuyen a que ello se concrete.
Los partidos o alianzas electorales, en
el siglo XXI, se crean, se fortalecen o se debilitan con mucha frecuencia; la
organización del estado y de las instituciones públicas y privadas necesita
adaptarse a este momento. Hay pocas instituciones que forman líderes, como las
que tiene Francia, con la Escuela Nacional de Administración, o Brasil, con la
Fundación Getulio Vargas. Nuestras universidades, en general, no están al día
con esta temática, indispensables para transitar en este siglo, donde los “cambios” en la educación, la extensión
de la vida de las personas, la participación más activa de las mujeres, de los
jóvenes y de los discapacitados, el empleo de las nuevas tecnologías, de los
medios de comunicación, y las formas de procesar la información a través de
algoritmos, big data o inteligencia
artificial, han modificado el buen vivir y también el ejercicio de la política,
que hoy, más que nunca, exigen drásticos “cambios”.
Muchos de ellos generan incertidumbre y otros alimentan esperanza.-