Señor gobernador de la provincia de Buenos Aires Daniel Scioli: 

Se conmemora hoy el sesquicentenario del Pacto de San José de Flores o de Unión Nacional o de Familia, entre el primer gobierno constitucional de la Confederación Argentina, presidido por Justo José de Urquiza, y la rebelde provincia de Buenos Aires, que días antes -el 23 de octubre de 1859- había sido vencida en la batalla de Cepeda por las tropas nacionales.

El conflicto comenzó el 11 de septiembre de 1852, cuando Buenos Aires se separa de la Confederación de los 13 ranchos, como despectivamente llamaban los porteños a las provincias, por rechazar el Acuerdo de San Nicoláscelebrado el 31 de mayo de ese año, por no participar en la Convención de Santa Fe que sancionó la Constitución Nacional de 1853, y por dictarse el 11 de abril de 1854 una Constitución, que disponía:

“Buenos Aires es un Estado con el libre ejercicio de su soberanía interior y exterior mientras no la delegue expresamente en un gobierno federal.”

Urquiza, en su presidencia (1854-60), intentó – sin éxito- convencer a los porteños de que se integraran a la Confederación, que se perjudicaba con la secesión de Buenos Aires, porque ésta se quedaba con las tarifas de la Aduana, que gravaban casi todo el comercio exterior. Buenos Aires, ante un intento de invasión, celebró con la Confederación dos tratados de paz, el 20 de diciembre de 1854 y el 8 de enero de 1855, que el año siguiente Urquiza denunció, y el Congreso en julio de 1856 dictó la ley de “derechos diferenciales”, que gravaba las importaciones que pasaban por Buenos Aires, lo que agudizó el conflicto.

El gobierno porteño tenía aliados en el interior entre los que se encontraba el ministro Saturnino Laspiur del gobernador de San Juan, Manuel José Gómez, a donde el 23 de octubre de 1858 fue vilmente asesinado el caudillo federal Nazario Benavídez, mientras estaba preso, lo que provocó la guerra, que llevó, un año después, a combatir en Cepeda. En esta desgraciada provincia corrieron igual suerte el 16 de noviembre de 1860,  el coronel José A. Virasoro, que fue el gobernador federal que lo sucedió, y el 12 de enero del año siguiente, quién lo reemplazó, el doctor Antonino Aberastain, del partido liberal.  

El 6 de mayo Legislatura de Buenos Aires autorizó al gobierno a que “repela con armas de guerra que ha declarado de hecho el gobierno de las Provincias Confederadas y continuarla dentro o fuera del territorio del Estado” y el Congreso de Paraná dictó una ley, el 20 de ese mes, que autorizaba al presidente a resolver la incorporación de Buenos Aires “por la razón o por la fuerza” lo que obligó a prepararse militarmente para lograr ese propósito.

El ministro Benjamín C. Yancey, diplomático de Estados Unidos, inició gestiones para mediar en el conflicto el 2 de julio pero desistió de ello en Buenos Aires el 15 de agosto ante la intransigencia del gobierno de Valentín Alsina que pedía la renuncia de Urquiza. Brasil, Inglaterra y Francia también fracasaron en idénticos propósitos.  

La propuesta de mediar de la República del Paraguay fue aceptada por el Gobierno Argentino el 22 de agosto, por lo que el 5 de octubre arribó a Paraná, embarcado en el vapor de guerra Tacuarí, el Brigadier Francisco Solano López, designado Ministro Mediador, por su padre Carlos Antonio López, presidente de ese país y a quién sucederá en 1862, donde se acreditó e envió las dos primeras notas, de las 97 que intercambiará durante su gestión, que se prolongará hasta el 29 de noviembre.  

López se reunió con Urquiza el 7 de octubre en Rosario y obtuvo del presidente la promesa de que sus exigencias no eran indeclinables y una orden escrita para que la escuadra de la Confederación no iniciara combate ni forzara el paso frente a Martín García. El 12 llegó a Buenos Aires y entrevistó al ministro Dalmacio Vélez Sársfield y, al día siguiente, al gobernador Alsina, y la respuesta le llegó el día 14 en la que se negó el armisticio, y ante la insistencia del mediador la negativa le fue reiterada el día l7. 

En la cañada de Cepeda, al sur del Arroyo del Medio, en el mismo lugar que el 1ro. de abril de 1820 las tropas de Francisco Ramírez y Estanislao López, gobernadores de Entre Ríos y Santa Fe, derrotaron a las de Buenos Aires durante el Directorio de José Rondeau,  fue donde el coronel Bartolomé Mitre esperó con su infantería y artillería formada  en línea oblicua a las tropas de la Confederación, como indicaban los manuales europeos, luego de pronunciar una frase histórica:¡Aquí fue la cuna del caudillaje, aquí será su tumba!   

Las tropas de Urquiza, que lucían la divisa punzó con el dístico “Defendemos la ley federal jurada. Son traidores quienes la combaten”, a las 10 de la mañana dispersaron, al cruzar el arroyo Pavón, con sus 8 mil jinetes a la caballería de 4 mil hombres comandada por los generales Manuel Hornos y Venancio Flores, y a la tarde, cuando llegaron a Cepeda, atacaron envolviendo en dos alas a la formación oblicua de infantes y cañones porteños, copando el terreno y haciendo retroceder a Mitre a San Nicolás, de donde se embarcó para Buenos Aires. Hasta el día 29 en esta ciudad se creyó que había triunfado Mitre. 

Sin embargo, Urquiza; que avanzaba sobre la Capital con su ejército, de 16 mil hombres, que había derrotado al de 10 mil, que se replegaba comandado por Mitre; a instancia del joven Francisco Solano López, que tenía 33 años de edad; aceptó retomar la negociación con Buenos Aires, y que había sido interrumpida por la misma, y proclamó: 

Ofrecí la paz antes de combatir y de triunfar. La victoria, y dos mil prisioneros tratados como hermanos, es la prueba que ofrezco de la sinceridad de mis buenos sentimientos y de mis leales promesas. No vengo a someteros bajo el dominio arbitrario de un hombre, como vuestros opresores lo aseguran; vengo a arrebatar a vuestros mandones el poder con que os conducen por una senda extraviada, para devolvéroslo... Desde el campo de batalla os saludo con el abrazo del hermano. Integridad nacional, libertad, fusión, son mis propósitos.

Cinco conferencias demandó la difícil negociación. La primera fue el 5 de noviembre en la chacra de Monte Caseros, y las restantes, entre el 6 al 10 de ese mes, en San José de Flores.  

El 8 de noviembre renunció el gobernador Valentín Alsina, un antiguo unitario que era un obstáculo para acordar, a pedido de legisladores y de Félix Frías, que presidía las                      “Conferencias de San Vicente de Paul”, y fue reemplazado por el presidente de la Legislatura e integrante del referido grupo católico, Felipe Llavallol, que facilitó la concreción del Pacto, el que se firmó el 10 de noviembre por López -como garante de su cumplimento- junto a los generales de la independencia Tomás Guido y Juan Esteban Pedernera, que con el diputado jujeño Daniel Aráoz representaban al gobierno nacional, y los ministros Carlos Tejedor y Juan Bautista Peña que lo hacían por la provincia.

Al día siguiente, el acuerdo se ratificó y se canjearon los documentos en San José de Flores –pueblo que por ley en 1888, y junto al municipio de Belgrano, fueron incorporados a la Capital Federal-, en la casona de la familia Terrero (adquirida por Juan Nepomuceno Terrero que fuera amigo y socio de Juan Manuel de Rosas, y con quién instaló el primer saladero), ubicada en lo que hoy es la esquina de avenida Rivadavia y Boyacá en el Barrio de Flores. Muy cerca de allí, el 25 de mayo de 1853, en el Palacio Unzué  -hoy Rivadavia, entre Carabobo y Pumacahua-, Urquiza, que sitiaba a Buenos Aires con el coronel Hilario Lagos, promulgó la Constitución Nacional sancionada el primero de ese mes en Santa Fe.

El Pacto, que fue gestado como si fuera un tratado internacional, fue complementado por otro del 6 de junio del año siguiente, y ambos fueron aprobados por la ley 230 del Congreso y por la Legislatura de la Provincia. Pero a diferencia de los tratados en este caso la aprobación legislativa fue posterior a su ratificación.  

En sus cláusulas más importantes disponía que:

Buenos Aires se declaraba parte integrante de la Confederación Argentina.

El gobierno porteño convocaría una convención provincial, que revisaría la Constitución Nacional y podría proponer reformas a la misma.

Si propusiera reformas, éstas serían discutidas por una Convención Nacional Constituyente, a reunirse en Santa Fe, con la participación de todas las provincias.

El territorio de Buenos Aires no podría ser dividido sin el consentimiento de su Legislatura. Eso era importante porque la Constitución establecía que la capital federal era la ciudad de Buenos Aires.

Buenos Aires no podría en delante tener relaciones diplomáticas con otras naciones.

La provincia de Buenos Aires conservaba todas sus propiedades y edificios públicos, con excepción de la Aduana, que pasaba a ser Nacional.

Se establecía un perpetuo olvido de todas las causas que provocaron la desunión; que incluía una amnistía para los participantes de disensiones pasadas.

El ejército nacional se retiraba de la provincia de Buenos Aires.

La República del Paraguay se constituía en garante de su cumplimiento.

El Pacto contrariaba lo que disponía el artículo 30º de la Constitución de 1853, de que no podía ser reformada sino pasado diez años, y cuando el Congreso, reunido en Asamblea, invocando lo dispuesto por ambos acuerdos declaró la necesidad de la reforma por la ley 234, del 23 de junio de 1860, y no se respetó la iniciativa que tenía el Senado, como indicaba el articulo 51º de la Carta Fundamental, ambas cláusulas fueron suprimidas en la Convención de 1860.

Esto hizo que Germán Bidart Campos, con ingenio, explicara la primera contradicción diciendo que el poder constituyente originario abierto en la Convención de 1853 se cerró en la de 1860, y por eso al invocarla la llamaba como la Constitución de 1853/60. En su reciente tesis doctoral Martín Rodríguez Brizuela sostiene que el Pacto de San José de Flores, como “tratado”, estaba por encima de las Constituciones, de la Confederación y de Buenos Aires, y ante el silencio de las mismas fue dicho “tratado” el que justificó la revisión de la Ley Fundamental antes de los diez años. En el artículo 31º de la Constitución, incorporado en la reforma de 1860, referido a la supremacía de las normas federales sobre las provinciales hace la salvedad de “los tratados ratificados después del Pacto de 11 de noviembre de 1859”.

Urquiza para alcanzar sus nobles propósitos, de unir y organizar el país en una República Federal bajo el imperio de una Constitución, no pudo eludir el conflicto político de su época. Desde el partido federal tuvo que enfrentar y luego derrotar al tirano Juan Manuel de Rosas en Caseros, batalla en la que intervinieron 50 mil soldados –la más grande de su época-, su lema de “ni vencedores ni vencidos” no siempre fue bien entendido y en Buenos Aires, donde había quienes temían que el gobernador entrerriano se convirtiera en un nuevo Rosas, en especial después de que, con poca prudencia, impuso el uso del cintillo punzó, símbolo del partido federal. El rechazo de Buenos Aires al Acuerdo de San Nicolás, la secesión, la negativa a participar en la Convención de Santa Fe que dictó la Constitución, el dictado de una Constitución provincial, los problemas en la navegación de los ríos, el comercio exterior que por allí se hacía, el uso de los puertos de Buenos Aires y de Rosario, y las importantes tarifas de la Aduana hicieron difícil la gestión del Director Supremo, primero, y del primer presidente constitucional después. Los porteños se dividieron en dos fracciones llamadas de los “pandilleros” y los  “chupandinos” , según que fueran autonomistas o más cercanos a Urquiza.

En el seno del gobierno de Paraná no faltaron la disputas, especialmente por su sucesión, ya que Urquiza, a pesar de los consejos de Juan Bautista Alberdi, no quería hacerse reelegir, lo que no admitía la Constitución, por lo que se pensaba que el tucumano podría ser su continuador, pero ello se frustró al rechazarse por el gabinete el tratado con España que había firmado Alberdi en nombre de la Confederación el 29 de abril de 1857. Ante esto surgen las candidaturas del vicepresidente Salvador María del Carril y la de Santiago Derqui, su ministro del interior, quienes tenían serias diferencias, hasta que por el mal manejo de los hechos que culminaron con la muerte de del ex gobernador Benavídez en San Juan, el antiguo unitario Del Carril quedó descartado. Derqui en las elecciones confrontó con otro cordobés, más liberal que él, Mariano Fragueiro por la problemática e inconclusa presidencia que desde marzo de 1860 le tocó ejercer. Durante la misma Urquiza, que había comenzado a tener diferencia con Derqui, al comando del ejército nacional, enfrentó nuevamente a Mitre en Pavón, al que le cedió la victoria retirándose del campo de batalla.

Las disputas políticas lo acompañaran al Gran Entrerriano hasta su muerte, el 11 de abril de 1869, en que siendo todavía gobernador fue ultimado, en el Palacio San José, por una partida de soldados de otro de sus rivales, el general Ricardo López Jordán. Su carrera política no culminó, por desgracia, como expresó, después de vencer en Cepeda, en su proclama:

Vengo a arrebatar el poder a un círculo que lo ejerce en su provecho para devolverlo al pueblo, que lo usará para su prosperidad. Al fin de mi carrera política, mi única ambición es contemplar desde el hogar tranquilo, una y feliz, la República Argentina, que me cuesta largos años de crudas fatigas… Vengo a ofreceros una paz duradera bajo la bandera de nuestros mayores, bajo una ley común, protectora y hermosa. 

Evocar el Pacto de San José de Flores y traer a la memoria el duro contexto político en que se dio, parece oportuno, en momentos que el país reclama una suerte de Pacto de la Moncloa, que nos permita salir del atolladero en que estamos, y abandonar los estilos político que desprecian el consenso y privilegian la confrontación. Este Acuerdo, que coronó el propósito preambular de “constituir la unión nacional”, en circunstancias para nada fáciles, nos recuerda hoy, en vísperas del Bicentenario de la Revolución de Mayo, que somos una gran familia y que deberíamos volver a obrar en consecuencia.

                                               Buenos Aires, noviembre de 2009.