Miguel de Cervantes puso en boca de Don Quijote algunos consejos a su escudero Sancho Panza cuando éste tuvo que hacerse cargo del gobierno de su anhelada ínsula, y que ahora, que estamos en un año electoral y en el que se tienen que designar jueces, es bueno recordar, ya que tienen plena actualidad.

Has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. (...) Has de poner los ojos en quién eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puedas imaginarte. ||Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio.

Si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que padres y abuelos tienen por príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud vale por sí sola lo que la sangre vale. ||Nunca te guíes por la ley del encaje [nunca juzgues con arbitrariedad], que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones [alegaciones] del rico.

Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. ||Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso.

No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres las más veces serán sin remedio, y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda. ||Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos y considera despacio la sustancia de lo que pide si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones.

Al culpado que cayere debajo de tu jurisdicción considérale hombre miserable [alguien que es digno de misericordia], sujeto a la condición de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstrate piadoso y clemente, porque aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia.

Los cuatrocientos años que han pasado desde que se escribieron estos consejos han cambiado el contexto en que se desenvuelve el poder, pero no la naturaleza del hombre que lo detenta o lo padece, por eso es que me parece que merecen ser nuevamente escuchados.