La versión del Himno Nacional Argentino del Teatro Sanitario de Operaciones de Buenos Aires, con la voz de Laura Pront, que abrió el Festival Nacional de Folklore de Cosquín 2006, fue un nuevo intento de alejarlo de los acentos marciales a los que las bandas militares nos acostumbraron.

 La idea de desacartonar nuestras canciones patrias había sido intentada ya en los años 70 por Billy Bond, con una extraña versión de la marcha de San Lorenzo. Arco Iris, el grupo de Gustavo Santaolalla, se animó a Aurora, y Charly García, al Himno Nacional. En 1998, Lito Vitale editó un CD difundido en todo el país, titulado El grito sagrado, que contiene “canciones de la escuela”: el Himno, en la voz autorizada de Jairo, Alejandro Lerner y María Elena Walsh, con la marcha de San Lorenzo; el himno a Sarmiento interpretado por Sandra Mihanovich, con su apreciada sensibilidad; Fabiana Cantilo y el Saludo a la Bandera; Víctor Heredia, con Aurora, Pedro Aznar, con el himno a San Martín, y Juan Carlos Baglietto, con A mi bandera. Se intentó, con respeto y seriedad, rejuvenecer, a través de arreglos acordes con la época, nuestras canciones patrióticas.

Es cierto que nuestra historia ha sido escrita y enseñada dando prioridad al heroísmo de nuestros militares y dejando en segundo plano, u olvidando, a quienes construyeron nuestra nación con la pluma y la palabra. Muchos de nuestros grandes próceres son más recordados por sus actuaciones militares, que por su obra política, educativa, legislativa o intelectual: por caso, Manuel Belgrano, Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. La música no es sólo un vehículo de comunicación estética, sino también una forma de educar y, cuando se trata de canciones patrias, lo que se intenta transmitir es nada menos que la identidad de una nación; sus hitos históricos y los valores sobre los que se sustenta.

El escenario en que esa transmisión ocurre no puede limitarse sólo a los desfiles militares y a los actos escolares, sino que también debe darse a través de los medios de comunicación masiva, en las fiestas populares, familiares y hasta en las deportivas. Me pareció magnífico el trabajo de Lito Vitale y los intérpretes que lo acompañan en su CD, aunque me quedó la impresión de que algo faltaba. Me refiero a la Constitución, al Congreso Constituyente de Santa Fe, que la dictó en 1853, a los constituyentes que la redactaron y aprobaron, a los políticos que la hicieron posible y a los pensadores que la concibieron, como Juan Bautista Alberdi.

Esta misma sensación la sentí hace quince años, cuando se imprimieron los billetes que hoy día circulan, con el rostro de nuestros próceres. Entre ellos, se omitió a Alberdi, autor de los libros Las bases (1852) y El sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina (1854), primer tratado de finanzas públicas de nuestro país. Siendo diputado, esto me llevó a presentar un proyecto de resolución, que nunca trató la Cámara, en el que pedía que se salvara tamaña omisión. No hay un himno ni una canción que recuerde a nuestra Constitución, las más antigua en vigor en América, después de la de Estados Unidos. Tampoco se conserva (pues fue demolido) el cabildo de Santa Fe, donde fue sancionada.

Si nos guiamos por el nombre de nuestras ciudades, pueblos, avenidas, bulevares, calles, plazas y parques, raramente encontramos alguna mención a nuestros olvidados constituyentes. En Buenos Aires, frente al Congreso de la Nación, está Monumento a los Dos Congresos, que alude al frustrado Congreso Constituyente de 1813 y al de Tucumán de 1816, que declaró nuestra independencia. Inexplicablemente, no se recuerda al congreso que dictó la Ley Fundamental en 1853. En la Capital Federal, fuera de la estación de trenes de Constitución, no encontramos lugares públicos importantes que la recuerden.

Mejores recuerdos tiene Juan Manuel de Rosas, que se opuso siempre al dictado de la Constitución. Mucho se habla de reconstruir nuestra memoria; poco y nada de educación política, el déficit más notable desde que recuperamos la democracia. Se han hecho encuestas en las que se demuestra que nuestra Constitución es desconocida por los ciudadanos y resistida en su aplicación por los propios gobernantes, que no dejan de dictar normas y producir actos que la contradicen. Carlos Nino calificó al nuestro como de país al margen de la ley, en el título de uno de sus libros.

Todo esto nos hace pensar que si queremos volver a tener una democracia robusta, seguridad jurídica, instituciones sólidas, respeto a la ley, acendrados valores, y que se nos crea y respete en el mundo, tendremos que replantear nuestra educación política. Para ello tendremos que apelar a nuestros educadores, a los responsables de los medios de comunicación y, muy especialmente, a nuestros artistas.

Los políticos y los ciudadanos tendremos que habituarnos, nuevamente, a rezar el preámbulo de la Constitución, como hacía Raúl Alfonsín en la campaña electoral que nos permitió volver a la democracia. ¿No habrá llegado el momento de pedirles a nuestros mejores artistas que creen un himno a la Constitución o una canción patria que recuerde la Convención de 1853? Esto quizá sirva para hacer más viva aquella frase del himno a Sarmiento que titula esta nota, y que muy bien podría, buscando una mejor lógica, invertir el orden de sus conceptos y expresar: “Con la palabra, la pluma y la espada”.