Este es el grito de guerra que emblemáticamente reclama la “Reforma Política” y en su reemplazo se proponen el sistema de voto “uninominal” o el de “preferencia”.

Los diputados de la Nación, según la Constitución de 1853 se eligen por el voto directo del pueblo, de las provincias y la Capital Federal y a “simple pluralidad de sufragio”. Esto se interpretó, hasta 1912, que la lista mayoritaria que ganaba la elección se llevaba todas las bancas disputadas en el distrito, cualquiera haya sido el número de votos, y sin dar ningún asiento a las minorías.

El reclamo por la ausencia de las minorías hizo que entre 1902 y 1904 se ensayara el sistema de voto “uninominal por circunscripciones”, por el cual los distritos se dividían a su vez en circuitos, y en cada uno de ellos se elegía un diputado, lo que permitió que en el de la Boca fuera electo Alfredo Lorenzo Palacio, el primer diputado socialista de América. Este sistema se reimplantó entre 1951 y 1955, para reducir, mediante un trazado caprichoso de los circuitos -especialmente en Capital Federal-, al minoritario bloque de diputados de la UCR, y ampliar así el mayoritario del entonces gobierno peronista, que lo diseñó.

En 1912 la Ley Sáenz Peña implantó el voto universal, igual, secreto y obligatorio y un sistema electoral de “voto restringido” que adjudicaba dos tercios de las bancas a la primera mayoría del distrito y el tercio restante a la segunda mayoría, permitiendo tachar y sustituir candidatos por otros de listas oficializadas, con lo que se aseguró la participación de una de las minorías y se le dio al elector la posibilidad de hacer su “propia lista” con las tachas y sustituciones.

Estos sistemas, llamados mayoritarios, dejaban afuera a los partidos menores, por lo que se adoptó en las elecciones de constituyentes de 1857 y, luego, en las de diputados nacionales, a partir de 1963, el sistema electoral proporcional ideado por el matemático Belga Víctor D’Hondt, el que en el escrutinio divide el número de votos obtenidos por cada lista de candidatos tantas veces como bancas están en juego en la elección, y los resultados se encolumnan de mayor a menor hasta la  “cifra común repartidora”, que es la última de las bancas (v. gr: si disputan 4 la cuarta). Luego, se puede verificar la operación, dividiendo los votos de cada lista por la “cifra común repartidora” y sus resultados confirmará el número de bancas adjudicada a cada boleta, en la columna.

En el mundo los sistemas electorales se dividen en “mayoritarios”, adoptado principalmente por los países anglosajones (V. gr.: Inglaterra y USA), que privilegian la “gobernabilidad” (o sea a los partidos gobernantes), y los “proporcionales”, que tratan de reflejar las distintas opiniones del electorado con una mejor “representación”, como nuestro sistema D’Hondt y los que existen en otros países de América Latina y Europa continental.

Los argentinos se quejan de las listas sábanas por los candidatos desconocidos alojados en sus pliegues, merced al dedo de los caudillos o cúpulas partidarias, muchos veces sin méritos ni idoneidad para la función, lo que crea compromisos espúreos del candidato con el que lo puso en la sábana, por lo que luego se siente menos obligado a recibir las opiniones o iniciativas, ni a rendirle cuenta de sus posiciones, votos o proyectos, a sus votantes.

Cambiar la lista sábana y reimplantar por tercera vez el fracasado sistema “uninominal por circunscripciones”, personalizará el voto pero favorecerá a los partidos mayoritarios, ya que las votaciones legislativas, coinciden cada cuatro años con la de presidente –que desde 1994 también son directas-, y los candidatos presidenciales, o los partidos de gobierno o de la principal oposición, generalmente arrastran a los que se postulan como legisladores. El trazado de los circuitos puede traer reproches, como ocurrió en nuestro país en los años 50, porque se dibujaronsalamandras, para favorecer al oficialismo; y seguir así la mala praxis llamada“gerrymandrismo”, inventada por Gerry, gobernador de Massachussetts, que trazó, a principio del siglo XIX , distritos-salamandras, para favorecer a sus candiatos y perjudicar a sus enemigos.

No hay sistemas electorales neutros ni perfectos, pero el que se adopte en reemplazo de lasábana no debe ser un retroceso respecto de progresos anteriores. Por eso propongo el sistema de “preferencia”, adoptado en la reforma de la Constitución de Córdoba de 2001, que sin variar el sistema de lista proporcional, permite a los electores marcar, con un tilde, a sus candidatos preferidos y cambiar, según la cantidad de estas, el orden de los candidatos. Otros permitirían, además, tachas y sustituciones por candidatos de otras listas.

Esto tiene de ventaja que los candidatos para ser preferidos tienen que hacer campaña, propuestas y demostrar capacidad, y, después de electos como diputados, deben defender los intereses de sus votantes, escucharlos y rendirles cuenta. Tiene de malo que favorece a los que tienen mayor exposición pública, lo que no es igual a tener mejor imagen ni idoneidad. Por ello fue electa en el Parlamento italiano la Ciciolina, una estrella-porno que resultó ser un fiasco como política.

El sistema de “preferencia” compromete al representante con el representado, limita el poder de las cúpulas partidarias que confeccionan las listas, sin dejar afuera a las minorías, y obliga a los ciudadanos a estudiar mejor su voto, del que, como le demostró esta crisis, depende en gran parte de su destino.

                                                 Córdoba, junio de 2002.