La primera Constitución de la provincia de Córdoba fue el Reglamento Provisional de 1821, en época del gobernador Juan Bautista Bustos, que se reformó en doce oportunidades. Durante la gobernación del rosista Manuel López "Quebracho", se dictó la segunda: el Código Constitucional Provisorio de 1947, que comenzaba proclamando: "¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los Salvajes Unitarios!", y se reformó seis veces. En 1855, después de la batalla de caseros y con la organización nacional, siendo gobernador Alejo Carmen Guzmán, se dictó la tercera, que se reformó dos veces.

En 1870, siendo gobernador Félix de la Peña, se dictó la cuarta Constitución, que después de 49 años de cámara única en Córdoba, innovó al crear un Senado y una Cámara de Diputados, y fue reformada cinco veces (si contamos la de 1949 que se derogó en 1956). La quinta Constitución fue sancionada en la Convención de 1987, que se reformó en 2001 donde se volvió al sistema de Legislatura unicameral. En 187 años Córdoba ejerció 31 veces el poder constituyente, dictó 5 constituciones y las reformó en 26 oportunidades.

La Constitución que se dio Córdoba en 1987 cristalizó los principales, y a veces contradictorios, propósitos de quienes la redactaron. Eduardo César Angeloz, el gobernador que la promovió y que con el voto de la mayoría de 32  constituyentes radicales y algunos justicialista consiguió su reelección –que luego tantos dolores de cabeza le causó-. El, entonces, rebelde Peronismo Renovador de José Manuel de la Sota logró controlar el Partido Justicialista, del que era un disidente hasta su exitosa elección de constituyentes de 1986- a la que concurrió en las listas de la Democracia Cristiana (obteniendo 18 constituyentes) y aliado con ese partido- éxito que, años después, le permitió llegar a ser gobernador.

Los 3 constituyentes, herederos del viejo Partido Demócrata –que en la Convención formaban el bloque de la UDC- que después de la misma se convirtió en la UCD liderada por Germán Kammerath- consiguió tener como tercer partido, mediante un acuerdo con Angeloz para que sus constituyentes contribuyeran a hacer quórum cuando se votara la reelección, una sobre representación en ambas cámaras de la Legislatura hasta la reforma del 2001; y los 3 Demócratas Cristianos conseguimos que el texto de la Constitución declare sus fundamentos personalistas.   

LA PERSONA EN LA CONSTITUCIÓN 

Esto último es, a 20 años de su vigencia, lo que parece más importante rescatar, en un  momento en que en la mayoría de los discursos han olvidado este enfoque, que coloca a la persona humana y su dignidad como centro y razón de ser, no sólo de la Carta Constitucional, sino, también, de toda construcción cultural, institucional o política.

Repasando su texto obsevamos que el primer objetivo que marca el preámbulo es“(...)exaltar la dignidad de la persona y garantizar el pleno ejercicio de sus derechos(...)”; que en su artículado, donde se usa 30 veces la palabra persona (dejándose para lo indispensable las expresiones individuo o habitante, frecuentes en la Constitución Nacional), se dice que  “la vida desde su concepción, la dignidad y la integridad física y moral de la persona son inviolables. Su respeto y protección es deber de la comunidad y, en especial, de los poderes públicos” (art.4). Se declara “inviolables(...) la libertad religiosa en toda su amplitud, y la libertad de conciencia.”(art.5); que las “(...)personas(...) son libres e iguales ante la ley y no admiten discriminaciones” (art.7); 

“la plena participación política, económica, social y cultural de todas las personas y comunidades” (art.9); la “libre iniciativa privada y actividad económica lícita, y las armoniza con los derechos de las personas y de la comunidad” (art.10) y que“Toda persona tiene derecho a gozar de un medio ambiente sano” (art. 66).

Hay un capítulo dedicado a los “Derechos personales” y cuando va a enumerar los derechos sociales expresa: “Todas las personas en la provincia tienen derecho (...)” (art. 23). Los derechos de las personas se tratan en su condición de padre (art. 62 inc.5), de hijo (art.34 y 62 inc.5), de mujer (art. 24), de niño (art. 25), de joven (art. 26), de anciano (art.28), de discapacitado (art.27), de preso (art. 44), de consumidor (art.29), de litigante, de ciudadano, de funcionario, de magistrado o empleado público. Su intimidad personal, familiar, la de su morada y en las comunicaciones son celosamente  resguardadas (arts. 50, 45 y 46).

En el capítulo de las “Asociaciones y Sociedades intermedias”, que las personas integran a partir de la familia y como miembros de la sociedad política, se exalta la dimensión social del hombre. Cuando se refiere a las “Políticas Especiales del Estado”, estableciendo mediante ellas nexos entre la sociedad y el Estado, la definición personalista es más contundente porque declara “la economía al servicio del hombre” (art. 67), la refiere a su bienestar (art. 56), su salud (art. 59), a su participación en los adelantos tecnológicos (art. 64), y al gozo del medio ambiente (art. 66). Se declara, por fin, que “La finalidad de la educación es la formación integral, armoniosa y permanente de la persona, con la participación reflexiva y crítica del educando, que le permita elaborar su escala de valores, tendiente a cumplir con su realización personal, su destino trascendente, su inserción en la vida sociocultural y en el mundo laboral” (art. 61). “Los padres tienen derecho a que sus hijos reciban en la escuela estatal, educación religiosa o moral, según sus convicciones.”(art.62 inc.5) 

TENER A DONDE VOLVER 

Los cambios políticos, sociales, tecnológicos, económicos, ambientales, etcétera que ocurren en las sociedades trastocan el sentido de la vida de las personas y ponen en crisis su escala de valores. Las constituciones -que son producto de estos cambios y que se dictan, muchas veces, en épocas de crisis- sirven no sólo para organizar la sociedad y dar sentido al orden normativo, sino que declaran principios y exaltan valores que orientan el destino futuro de dichas sociedades y de quienes las componen, y como se dice con frecuencia son proyectos político destinados a una mejor vida de convivencia. Pero cuando los cambios y las crisis oscurecen el rumbo de nuestras existencias, es bueno –como se indica desde la psicología profunda- tener a donde volver, y para esto también la sabiduría de las cartas constitucionales son indispensables.

Las constituciones, como todas las creaciones institucionales y culturales tienen su alfa y su omega en el hombre, en la persona, que es su razón de ser. Y hablamos de persona, y no de individuo, ya que éste no nos diferencia de los demás seres de la creación, en cambio como persona tenemos una dignidad que nos coloca en el centro de todo lo que existe.

La dignidad de la persona humana surge de su naturaleza espiritual y material, de su conciencia racional y libre, de su destino trascendente, y es lo que  hace al hombre diferente y lo pone por encima de los demás seres de creados por Dios, para que estos le sirvan para alcanzar su destino temporal y sobrenatural.

Volver a estos criterios implica enfocar el análisis de los problemas de hoy con una óptica diferente. Si a la política nos referimos, en vez de analizarla en función de las instituciones o los políticos, como muchas veces se hace, comencemos a hacerlo a partir del ciudadano; si debatimos sobre la Ley Nacional de Educación, como ocurrió el año pasado, dirijamos los objetivos a las necesidades del educando y no a lo que es útil para la producción o a vagos “modelos de país”, como se argumentaba a favor de dicha ley, recientemente sancionada; si de la economía se trata, pongámosla al servicio del hombre y no de la producción capitalista o de las estadísticas; si hablamos de inseguridad, enfoquemos el análisis desde la persona que la padece y de quién delinque, preguntándonos por qué lo hace y como puede ser corregido e integrado a la sociedad; si nos referimos al ambiente, pensemos como preservarlo para los hombres de hoy y de mañana, y no para servir a mesquinos intereses; si el problema es la droga, comencemos por los que la consumen, indagando el por qué lo hacen, y como puede ser recuperados los adictos, para combatir, luego, el infame negocio que lucra con ellos; si nos preocupa la paz del mundo, recordemos que en su corazón está la persona, como bien señaló Benedicto XVI al comenzar este año.

Jacques Maritain decía que el humanismo “tiende esencialmente a hacer al verdaderamente humano y a manifestar su grandeza original haciéndolo participar en todo cuanto puede enriquecerle en la naturaleza y en la historia (‘concentrando al mundo en el hombre’ –como decía aproximadamente Scheler- y ‘dilatando al hombre en el mundo’)” y, agregaba, “requiere a un tiempo que el hombre desarrolle las virtualidades en él contenidas, sus fuerzas creadoras y la vida de la razón, y trabaje para convertir las fuerzas del mundo físico en instrumentos de su libertad.”

Allí tendremos a donde volver.

Córdoba, marzo de 2007.